Una luna
El Fondo de Población de las Naciones Unidas contrata los
servicios de Caparrós para que realice un viaje de 28 días, en su itinerario se
encuentran ocho ciudades de países distintos, esto con el fin de que escriba
historias de jóvenes inmigrantes.
Las ciudades son: Kishinau, Monrovia, Amsterdam, París,
Barcelona, Madrid, Lusaka y Johannesburgo.
Para Caparrós Una luna
se tornó en todo un desafío, debía escribir bajo un modelo y parámetros precisos:
las historias tenían que estar contadas en tercera persona y su extensión no
debía exceder las dos mil palabras. En sus crónicas el escritor argentino
considera que con dos mil palabras apenas comienza a aclarar su garganta.
Durante el desarrollo de las entrevistas que dan vida a las
distintas crónicas, Caparrós se da licencia para ir plasmando varias
reflexiones personales sobre la acción de viajar, la división de clases
sociales y de desarrollar una particular fórmula para categorizar a los países.
Entre sus reflexiones sobre el viaje hace énfasis en la rapidez y sencillez con
la que cualquier individuo, hoy en día, puede trasladarse a lugares distantes
en un abrir y cerrar de ojos, “el viajero
no viaja. Lo viajan”, solo debe sentarse en un cómodo sillón y esperar a
que lo lleven a su destino. Define esto como el “hiperviaje”, algo muy similar
a la acción de navegar en el internet, en un solo clic estar en otro sitio
totalmente distinto. Hoy podrías cenar en Monrovia y al día siguiente almorzar
en Amsterdam.
Una luna es el
testimonio de la lucha por sobrevivir, una luz sobre la oscuridad que muchos
afrontan en la búsqueda de un mejor futuro, es un eco de los gritos de aquellos
que huyen del horror al que los han sometido. En Kishinau las mujeres van
maquilladas de violencia, víctimas de maltrato doméstico y del tráfico de
mujeres. En Monrovia un joven se convierte en un nómada para evitar ser
asesinado durante la confrontación entre etnias, conflicto que desencadenó una
cruenta guerra civil, tragedia definida por ellos mismos como la tercera guerra
mundial. En Amsterdam una chica siente que sus derechos son vulnerados por ser
una mujer que practica el islam. Un ex pandillero de Los Angeles retorna a su
natal Salvador, condenado por su pasado sabe que está “manchado” por sus
tatuajes que lo acreditan como un criminal, lo que alguna una vez fue símbolo de orgullo hoy lo condena ante la tolerancia cero de las autoridades
policiales, las bandas enemigas y por aquellos que alguna vez se comportaron
como su familia y que ahora se sienten traicionados por su abandono. Estas son
algunas de las historias que se plasman en el papel bajo la luna.
Aunque las historias son crueles realidades, Caparrós no
deja de mostrar su ácido humor a lo largo del texto, como cuando habla de las
fotografías de los turistas:
“Los turistas nunca fotografían
a «los turistas». Sacan, por supuesto, megagigas de fotos de sí mismos, marido
a mujer, padres a hijos, amantes a su amante. Y de los lugares que mostrarán de
vuelta en casa –la torre tal, la iglesia cual, aquella estatua--, pero nunca de
«los turistas», uno de los fenómenos culturales más extraordinarios de estas décadas
y, en general, tan tozudamente fotogénicos. La pureza es que no haya otros
turistas, como si los lugares prestigiosos que van a visitar fueran
descubrimientos que hacen solos, indianas jones de cotillón de feria.”
Para el escritor argentino Martín Caparrós (considerado el
más importante escritor del periodismo narrativo) viajar es un acto de
desesperación, no hay nada más brutal, más cruel, que entender que podrías
haber sido tantos otros. Y, a veces, el alivio. También viajar es la confesión
de la impotencia: ir a buscar lo que falta a otros lugares.
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