Paul Auster en el mundo de las casualidades


Perder un vuelo y conocer al amor de tu vida, atender una llamada equívoca y pretender ser la persona correcta, ceder el paso al cruzar una calle. Hechos cotidianos y casuales que pueden determinar nuestros destinos, situación que ha obsesionado a Paul Auster a lo largo de sus creaciones durante su exitosa y extensa carrera como escritor de novelas y guionista. 

Dos libros esenciales para comprender su universo son El cuaderno rojo y La invención de la soledad.


En El cuaderno rojo  Auster desarrolla en escasas sesenta y cuatro páginas las circunstancias y hechos que lo llevaron a recurrir a la pluma, convirtiendo esas curiosas historias que han adornado sus días en escritos fascinantes con una prosa única que lo identifica. “Un número equivocado inspiró mi primera novela”, una tarde cualquiera en su apartamento en Brooklyn Auster atiende una llamada, al otro lado de la línea preguntan si se han comunicado con la Agencia de Detectives Pickerton, él contesta que se han equivocado y cuelga la llamada. A la tarde siguiente atiende otra llamada, para su sorpresa es el mismo individuo preguntando nuevamente por la agencia de detectives, le indica una vez más que el número es equivocado y cuelga. Pero el hecho se queda en su mente y comienza en él un juego de interrogantes: si suplantara la identidad de un detective de la agencia ¿qué habría sucedido si hubiese aceptado el caso? De esas dudas nació La ciudad de cristal la afamada novela que dio inicio a la Trilogía de Nueva York.


Poco tiempo después de la muerte de su padre se aboca a escribir, dándole vida al libro La invención de la soledad, lidiando con su dolor de la mejor manera que conoce: plasmando sus pensamientos en el papel.

Su padre era un hombre poco conversador, indescifrable a causa de su silencio, con valores firmes y un adicto al trabajo. Auster, al desarrollar sus ideas a través de las palabras, buscaba enterrar y dejar en el pasado a aquel solitario que alguna vez fue su padre, borrar el recuerdo del dolor enterrándolo en un solemne acto de memoria y comprensión. Pero se equivocó, a medida que escribía parecía que Sam Auster estaba con más vida que nunca, irónicamente con mayor presencia, ahora que su cuerpo había mutado a un despojo sumergido en las sombras, alimentando a otros seres invisibles. A lo largo de La invención de la soledad, Auster realiza un ejercicio de perdón, donde las memorias saldan cuentas pendientes, enterándose que se parece más a su padre de lo que consideraba. Al hacerse traductor (oficio de sus primeros años de la mano con la poesía) se convierte en un usurpador de identidad, se transforma en un devorador de almas, donde debe pretender ser aquel alquimista inicial, traducir sin cambiar la fórmula original, su padre era un hombre de varias identidades, para cada persona que lo conoció existía un Sam Auster distinto, para cada uno de ellos traducía su propia vida para el gusto y complacencia de todos. Al hacerse escritor se convierte en un guardián de la soledad, donde el silencio es compañía suficiente para soportar la existencia, donde los pensamientos delimitan al mundo circundante permitiendo vivir tu propia historia. Su padre nunca entendió que su hijo se hiciera poeta y escritor, él nunca comprendió a su padre por su aislamiento y silencio, ambos, sin saberlo, terminaron siendo la misma persona.


Las casualidades que se convierten en destino, así me gusta definir la literatura del hombre que hace un homenaje continuo al oficio de escritor. Auster ha sometido a sus personajes a lo largo de su narrativa ha incontables vicisitudes, engañándolos, haciéndoles creer que lo que ocurre son simples condiciones del azar hasta llevarlos a un destino que han querido evadir y con extraña pasividad terminan por aceptar.





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